jueves, 8 de marzo de 2007

PANTERA ROSA




Siempre me pregunte por qué el color rosa para la mujer. (Bueno, tampoco crecí traumada por eso, pero me llama ampliamente la atención) Nenas con vestidos rosas jugando al fútbol con sus compañeritos de grado; adolescentes con labios rosas (o casualidad, color de mi primer labial); rosa de Sandro (aunque sea roja) sinónimo de miles de señoras mojándose en la puerta. No me gusta ese color, me parece uno de los menos atractivos.
En la Pantera Rosa me despertaba un guiño de simpatía, aunque toda identificación de mí parte pasaba claramente por el asterisco, (archienemigo que resurgía entre trazos setentistas una y otra vez.)
Pero hoy me levanté pensando en mi útero, lo visualicé radiante, espléndido, expectante rodeado de órganos grisáceos o verdosos y por más que intenté evitarlo me lo figuré rosa. Probé el verde: no, radioactivo; rojo, mmm, señal de alerta, decantó rosa.
Mi útero y yo tenemos una relación extrema. El cuenta con la ayuda del primer chacra (una especie de super veggetta de los chacras) y juntos son capaces de doblegarme e incluso mantenerme en la cama. Una verdadera bomba de tiempo, un espacio vacío, un vacío que lo llena todo, un dolor intenso que no se conforma con ser molestia, un cuarto de resguardo, un corazón que late (si salen dos en la eco, un infarto asegurado), una posibilidad, una alarma de aviso de exceso de velocidad, un conjunto de heridas cicatrizadas (en tiempo de cirugías estéticas adivina dónde ese alojan los años?). Todo eso es él.
A veces lo pierdo de vista, entonces el chacra se pone como la rejilla de mi extractor lleno de grasa y mugre. En plan de lucha me piquetea y no puedo avanzar. Son esos días que ando con la sensación de estar pariendo la vida constantemente. Sensación al fin, porque se esfuma acariciando con aire las paredes externas del útero. Pujando. Otros, se quiere divertir y genera miles de hormonas jugando al teléfono descompuesto con la hipófisis. Esos son buenos días, van de la simpatía a la empatía sin escala.
Extremadamente complicada es nuestra relación, pero sin dudas la más larga de mi vida. Y aunque lo siga detestando, me amigo con las bombachas rosas de navidad (toda abuela para hacerlo debe regalar una aunque sea una vez en al vida) y un poco con la idea de ser mina.

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