miércoles, 5 de septiembre de 2007

BAILARINA DEL MONTÓN




Repleta de purpurina como las demás, con brillos pegoteados en su escote y de ahí hasta las piernas. (Ni muy largas, ni muy finitas) Percute las rodillas cual jugador de fútbol. Por detrás de la pantalla el show se vuelvo polvo gris. Entre los restos de decorado habitan las pelusas.
Otras tantas como ella se ajustan la cola de caballo y entallan aún más de lo posible el mini short. Ella sólo mueve sus rodillas y balancea los brazos al costado de la cadera.
De reojo ve a una de las tantas estallar. Primero con un ronroneo grave, como quien se acuerda de un chiste malo propio de cualquiera de los payasos del lugar, pero luego va incrementando hasta sucumbir en una convulsión burda. Tan burda que ni el mini short ni su cuerpo perfecto la redimen. Alguna atina a acercase, incluso ella. Pero no hay tiempo para un gesto en el detrás de escena. Alguien grita “Todas juntas, que nos come el león!” y la manada se pegotea intercambiando purpurina.
Ella aún escucha la risa de la otra, que se agota en un gemido desagradable. Es indudable se está ahogando. Se la come el león. Por la rendija de un metro de ancho entra un halo de luz demarcando un triángulo rectángulo que se ofrece plácido. Es cuestión de dar el paso, la manada lo sabe.
Literalmente iluminada, ella escucha la misma canción que ayer, que hace cinco días, que hace casi un año. Se ajusta la bota naranja a la pantorrilla y avanza con la tropilla justo a tiempo y golpe. A su alrededor quince más se arremolinan buscando un pedacito de luz que cubra sus piles desnudas. Sus brillos, su humanidad entera.

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