jueves, 15 de febrero de 2007

Inconclusas Serenatas

Hasta los 17 años dormí en una habitación con balcón, pero nunca le adjudiqué pretensiones shakesperianas al asunto. Apenas me mudé al lugar, sólo era un espacio vacío, blanco con barandas negras donde salir a ver el atardecer en el terreno baldío de enfrente plagado de conejitos. (En realidad, los conejitos no se veían por los altos pastizales. Si el movimiento de los mismos)
La insurrección del jazmín sobre las paredes del frente creó una intimidad desconcertante pero conveniente a medida que me creaba la mía. En un momento la invasión del vegetal fue tal que llegué a tejer con las varas una cueva en una esquina. La verdad es que llevaba demasiado mantenimiento, mermaba considerablemente el entusiasmo; renuncie a mi primera propiedad el día que apareció una paloma muerta en plena cueva. Tenía más o menos 12 años.
De ahí en más sirvió para hartos fines, espiar vecinos, encerrarme cuando me corría mi hermano para patearme (o dejarlo afuera según quién llegara primero), escuchar música al palo en noches de verano, tomar sol sin corpiño, criar una primera planta, fumar a escondidas y hablar horas y horas por teléfono a larga distancia. Pero recién pasó a ser significativo tras una lluvia de piedras.
Estaba acostada en la cama escuchando a Lennon con un pañuelo sobre le velador. (Entre tema y tema había un silencio crudo típico del cassette, por lo cual la iluminación tenue era muy propicia) De pronto escuché el primer cascotazo. La sutileza del golpe seco contra la puerta de madera pintada, me veló el origen del sonido. Al instante recordé la proeza del hijo de una familia amiga que para demostrar científicamente cómo desde la puerta principal se podría escalar hasta el balcón y entrar a robar, arriesgo su vida. (No lo intente, ahora hay alarma)
Pensé muchas cosas, como siempre en pocos segundos, pero no retuve ninguna. Enterrada en la cama, esperando que forzasen la puerta, esperé. Jonh cantaba “It's getting better and better…” Otro golpe y otro por detrás, con la insistencia de quien pierde la calma. El cuarto dio contra el vidrio de la ventana y me hizo calentar.
Salí en short y camiseta deshilachada. Abajo, en un plano picado envidiable, estaba uno de los chicos del ùnico chalet de la manzana riéndose nervioso y consultando a otros dos escondidos entre los malvones (que tampoco están, no los busquen)
- Qué te pasa?
- Nada – dijo sorprendido examinado mi facha- Mañana nos vamos, viste…
- Ya sé- interrumpí por hacerlo.
- …hoy cuando estuvimos en tu casa escondí una carta en un libro.
- Bueno, lo voy a buscar.
- Dale, nos vemos mañana.
Horas me llevo encontrar el papel. (Somos personas muy cultas en mi casa) y después
al desplegarlo leí: ” Y tu mirada la llevo encima / la llevo atada a mi corazón.” Fue la experiencia más cercana a una serenata de toda mi vida. Descubrí que el balcón no estaba al pedo, que el amor aparece y te caga a cascotazos, y que hay gente que no sabe darle comienzo a una declaración.

1 comentario:

Anónimo dijo...

MUY LINDO CHE,, TAS RE A LA MODA, TE PASASTE CON ESTO HE
BUE MUCHA SUERTE
TE QUIERO MUCHO
LU