domingo, 3 de febrero de 2008

(Crónicas desde La Feliz 7)

(este texto corre con la ventaja de ser memorable no por su contenido sino por su condición probable de última crónica de esta serie)


De cómo conocí a un amigo franco

Nunca pensé que me enorgullecería decir que tengo un amigo franco. Digo, en principio porque suelo relacionarme con cada oda a la degeneración que da calambre, más si uno intenta llevarles el ritmo y amanecer para la raviolada familiar del domingo. Pero no me refiero a la valía en términos morales acaso quien tolera tener un ejemplo de rectitud en el que mirarse todo el tiempo.
A lo que me refiero es que nunca pensé que mi vinculación con el tal franco trascendiera del verano. Corría el año 98 y a las seis de la tarde había que rajarse de la playa para tomar la merienda viendo en la tv a la troupe de Cris Morena corear el famoso “todas las bicis y los barcos/ la ternura indefinida/ y esas ganas de volar/ nada nos puede faltar” Que era un poco mejor que “dejame soñar a tu lado” de Nicole, pero ya empezaba a darnos vergüenza por la edad, porque los amigos varones más grandes nos indicaban que debía darnos vergüenza y porque los amigos de la plaza ya comenzaban a picarse.
Teníamos trece años, autorización casi ilimitada para desaparecer de casa y una barra ilimitada de amigos, conocidos y conocidos de conocidos por conocer. No había llamados para ver quien iba a la playa Estrada (desde ahora y siempre la Estrada) era cuestión de comer, ignorar a los padres y hermanos y tipo tres arrancar para la costa. Recolectar al que se pudiera en las ocho cuadras o directamente bajar las escalinatas y ver con que te encontrabas.
- Boluda, menos mal que llegaste. Hoy se pusieron al lado. Ahora están en el agua, pero vez dónde están las gorras… ahí están ellos.
A esa edad el parte de donde se instalaron el grupo de chicos que a tu grupo le gusta es más importante que el reporte del clima de Pedro Mazza ahora. Más si se acercaron a donde uno siempre para.
- En serio? Me muero. Vino?
- No, pero debe estar por llegar. Hoy es viernes tienen que ir al centro a tarjetear. (Bueno, sí me gustaba un tarjetero que le voy a hacer…)
- Ahh.
Si que los pibes se acomodaran cerca era todo un suceso, que te hablaran podía ser comidalla para toda una semana. (Para cuerpo y alma que a esa edad uno no diferencia mucho una cosa de la otra) Y eso mismo fue lo que sucedió ese día mientras caminábamos rumbo al agua.
- Qué haces ojitos – saludo él sonriente.
- Cómo andás? Ella es mi amiga.
- Hola, cómo estás? – dije yo ni muy interesada, ni espantada porque él no estaba.
- El es Franco, un amigo.
- Hola
- Se estaban por ir al agua?
- Sí- dijo ojitos mientras pegaba media vuelta.
- Bueno vayan- dijo él habiendo comprobado que a mi amiga le gustaba.
Entonces sucedió. No di más de dos pasos en dirección al mar que escucho decir a Franco:
- Ah, bueno.
- Qué está bueno?
- El culo de la morocha para un guascazo.
Si mal no recuerdo no alcanzó a terminar la palabra que gire y le estampe una cachetada suficientemente digna para que el pirulinero frenara en el acto.
- Qué haces pendeja?
- Te acomodo las ideas- le dije ya de espaldas caminando más rápido para no poner en riesgo la zona en cuestión.
Es el día de hoy que cada vez que nos vemos nos acordamos y divagamos sobre las diversas versiones de los hechos. El día de hoy que sigue siendo tan pero tan franco y que tengo la suerte de acomodarle las ideas aunque de formas un tanto más sutiles.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

sin sutileza...me cae bien ese muchacho...

Anónimo dijo...

la verdad es que estas son las ventajas de los diarios que escribis de chica, yo no me acuerdo ni la mitad de esas cosas. muchas gracias dani.