viernes, 26 de octubre de 2007
ZOOM
x 12
Recorro las calles de lajas negras finamente arboladas. Parece la escenografía de Ama de Casa Desesperadas. De las esquinas surgen grupos a borbotones.
Acelero el paso de domingo con la mirada clavada en el horizonte y el torso dispuesto.
El cielo celeste se plaga de nubes esponjosas y el sol rebota sobre los autos estacionados. A lo lejos veo las vallas grises a contraluz.
Las zancadas laxas repercuten en mi respiración agitada. Ella apremia, urge y convulsiona. Y se vuelve suspiro con el roce de la primera valla. En un costado veo una torre de botellas. Las hay transparentes, verdes, con tapas azules y retazos rojos de plástico. Al sol hacen un juego de luces similar al de los vidrios arrastrados por el mar a la arena seca. Aquí la ciudad petrifica su existencia en cemento gris.
Abducida por la masa camino midiendo los pasos en relación al talón delante. Pero finalmente le saco la zapatilla aprentando con la punta de mi pie su calzado.
En la segunda tanda de vallas la pila crece y se vuelve barro el polvo derredor.
No puedo dejar de verlas como ofrendas paganas. Santuario en la ruta dos. Dios sabe que Difunta Correa velan.
- Maestro la botella es mía!- grita el hombre de seguridad.
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Entre la multitud que aúlla por celular, brazos que se agitan, posters recién comprados con futuro de papel picado, caminó. La multitud no bailan, no cantan y salvo por las paredes que nos rodean, nada dice que estamos en una cancha de fútbol.
De pronto algo roza mi pierna y bajo la mira a sabiendas de lo que voy a encontrar. Pero me desconcierto. Sólo veo una bolsa de lustroso fondo negro con caras rigurosamente estampadas y no un perro. Entonces me doy cuenta que ahí, junto a mi rodilla, se encuentra el límite entre los consagrados y los que no.
En un recital si un perro roza tu pantorilla, no es sólo señal que estás en el lugar indicado, sino que la banda aún no hizo pop!.
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Detrás de la rubia maquillada con escote plisado, empecinada en enterrar los tacos en los pies de su novio al saltar. Más atrás incluso de la morocha desmayada que se pasan en un involuntario mosh. Y más aún del grupo de adolescente supervisados por tíos treinteañeros eufóricos, está él. Mi gaucho de la pampa pop. Botas caña alta y sombrero negro encausando sus rulos.
Él se divierte y yo me divierto en secreta complicidad. Cada refresh de la pantalla gigante que cuelga de la torre me estremece. Se acomoda el chal sobre sus hombros, una cantidad de puntos verdes, rojos y azules se encienden y se apagan donde antes sólo había oscuridad. Él dice estar cansado, pero parece nervioso. Entonces yo me pongo a contar cuantos puntos encienden el brillo de su mirada.
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2 comentarios:
todo eso por un regreso de Soda Stereo?
mmm, no entiendo la pregunta señorita! ja!
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