La cabeza pende de la última vértebra levemente hacia adelante. Parado con las manos escondidas debajo de las axilas, el hombre mira la última tapa de la Revista Caras. Lentamente las gafas marrones se deslizan por su nariz con la cadencia de un reloj de arena. Salvo por el temblequeo de sus fosas nasales nada indica existencia de vida en su cuerpo inerte en el medio de una vereda de Avenida de Mayo.
- Che, se colgó el quía – muge el diarero con los labios fruncidos.
- Vo` te colgaste...pasate un mate, querés?
El quía es inmune al comentario del vendedor de diarios, al codazo del mozo que pasa, incluso al bamboleo de la portada sujeta al hilo. La foto muestra a Su de cuerpo entero, obligado animal print, sonrie a cámara sentada una silla poco cómoda a decir de su seño. “Susana Intima” pregona el título y el hombre parado se deja atrapar. Él mira, ya no a través de los lentes solitarios en la punta de su nariz, sino que se va en la mirada. Se catapulta a lo más íntimo como en un zoom de película de Armando Bó.
El escote ocupa un cuarto de la imagen pero el hombre transita el aire con la seguridad de ser recibido por sendos push up reforzados. Cae y al abrir los ojos ve la inmensidad, toda para él, como en sus vacaciones infantiles en Mar de Cobo. Intenta avanzar pero queda atorado hasta la cintura.
Sonríe deliberadamente pero al rato siente ese frío penetrante en las piernas; rodeado por un auto de carrera de arena diseñado por su tío lo ve jugar un partidito tras otro. Él, en ese entonces niño, espera.
- No vas a gritar maricón!
- No…
Se hace de noche y el tío lo saca del auto. Lo envuelve en una toalla y lo devuelve a casa.
El hombre se desespera y empieza a los manotazos pero la crema Nivea Soft Lotion no le permite afirmar sus dedos en la piel curtida por el sol. Cansado toma un pliegue del conjunto de arrugas y se seca una lágrima. Ya casi no siente las piernas pero aún le quedan los brazos. Tironea un poco más de la piel entre medio de las tetas y forma una manta para cubrirse hasta el cuello.
Duerme e incluso sueña. Cuando despierta ve a lo lejos del escote unas nubes que se aproximan. En cuestión de segundos el polvo lo cubre todo mientras el piso tiembla. Toma coraje y perdido por perdido decide lanzarse al vacío. En caída libre ya no sonríe.
Por instinto se aferra a una formación negra esponjosa que sobresale encajada entre los pechos. Entonces entiende todo, carraspea agotado por el esfuerzo físico. Está preparado para cometer su primer acto de cobardía ante millares de argentinos y grita.
Un Susano corre despavorido empujado por el productor que le indica que la diva tiene mal el micrófono. Le mete mano sin asco (bueno, quizás con un poquito) y logra desencajar el aparato del escote. Tira el viejo y le pone uno nuevo. Pero un acople similar a un grito ahogado fastidia a la rubia que, luego, sigue con su cháchara feliz.
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