Caminó hasta la punta del muelle donde se paró con los brazos en jarra. Una ráfaga de viento pasó por el espacio entre sus brazos de asas. Con el traje de neoprene puesto hasta la mitad, parece un superhéroe que arribó a su hogar luego de cumplir su deber.
– Desconectá el teléfono, por favor – le dice a su mujer mientras chequea la profundidad de sus entradas en el espejo del paragüero. – Hoy quiero dormir todo de un tirón.
Mientras tanto en el muelle, el hombre baja las escaleras a su derecha con sumo cuidado de no tropezar enredado en las mangas colgantes. Brotan en su espalda lagunas de transpiración que descienden en correntada hasta empaparle la cola. Vuelve a pararse con los brazos en jarra, esta vez en la tarima flotante, y le dedica una mirada a la posteridad. Luego se mete por completo en el traje y sube el cierre tironeando la correa con el brazo derecho. Para que se deslice mejor deja caer el mentón hacia delante con los ojos cerrados. Al abrirlos ve en su sombra la de un ahorcado.
Levanta la mirada al horizonte y contrarresta la náusea con bocanadas de aire. Antes de ayer se detuvo en la costa a orillas de un pescador que sacaba del anzuelo a su presa. El animal estuvo más de 4 segundos haciendo movimientos espasmódicos con su boca antes de morir. Pero él pudo detener a tiempo la asociación. Entonces saltó y cayó en cuenta de que la profundidad que lo asechaba era mucho mayor de lo que pensaba.
Desapareció cubierto por el azul esmeralda del paisaje y de la vista de los pescadores que llegaban a la punta del muelle un metro y medio más arriba.
-Viste, el pronóstico de hoy?...- dice el canoso al otro.
- Más bien reservado.
Mientras él nada. Cubierto por el traje olvida las imágenes de la vida que ha dejado atrás. Se desplaza en un tiempo que lo envuelve como un chorro de leche condensada. Una pausa en el relato incesante de su vida, un respiro hasta una oración que vendrá.